LA LEYENDA DEL PERRO ENCADENAU

Autor: Lizandro Peñarrieta Justiniano (El Taita Tarechi).

Transcurría el año 1852 y el auge de la Quina en el norte de nuestra querida Bolivia estaba en su apogeo. Sin embargo, ya se veía venir la caída de este producto y el nacimiento de los años dorados del Caucho o Goma Elástica. Como sabemos, la ruta elegida para llevar mano de obra a esos lugares pasaba definitivamente por Trinidad, aunque desde Santa Cruz también traían mano de obra utilizando la Ruta del río San Pablo y pasando por Magdalena para luego tomar el río Iténez y así llegar hasta el norte del país.

El llamado “enganche” era la manera de aprovecharse de las personas con poca educación para luego trasladarlas al norte y hacerlos trabajar. Allí muchos de aquellos indígenas especialmente Trinitarios dejaron su vida ya que las enfermedades del lugar, como ser la “Tembladera” (Malaria), así como la Leishmaniosis y otras hacían que los trabajadores sufran lo mismo e incluso mueran por la falta de atención oportuna.

Don José Manuel Isidoro P., quien había llegado un año antes a Trinidad, era un hombre notable. También fue parte de esos hombres que buscándole a la vida se trasladaron hasta Trinidad y forjaron con su trabajo una riqueza notable. No solamente en Libras Esterlinas sino que también era propietario de grandes extensiones de terrenos dentro y fuera de la ciudad.

Don José Manuel Isidoro P. hacía viajes permanentes hasta la Cachuela del Forte Príncipe de Beira desde donde hacía sus negocios. Especialmente aprovisionando de víveres y otros comestibles desde este lugar hasta el norte del país.

En un viaje que realizó don José Manuel Isidoro a esos lugares no solamente llevó a su esposa, sino que también estaba acompañado de una perra de color negra de la que se conocía su alto grado de agresividad y ferocidad. Esta perra era fiel acompañante de Don José Manuel Isidoro P.

Transcurría el mediodía de un sábado del mes de junio cuando en el campamento se apareció una “Fiera” (así era conocida), una Pantera de Color negra obscura. La perra como fiel cuidante de la familia de Don José Manuel Isidoro lo primero que hizo fue interponerse entre la Pantera y la Esposa de Don José Manuel Isidoro. Desde luego que dicho animal de fuerza muy poderosa se llevó del cuello a la perra llamada “Nacha” hacia el monte. Lo desconcertante fue que la perra no pegó ningún quejido y la pantera con la perra en la boca desapareció en el monte.

Ya después de dos días de haberse dado el suceso con la Pantera negra, sucedió que al retornar don José Manuel Isidoro y al tomar una embarcación de retorno hacia Magdalena, a solo un kilómetro aguas arriba del río Iténez pasando la Cachuela lograron divisar dos animales negros. A medida que se acercaban por la orilla fueron identificando que se trataba de la perra “Nacha” y la pantera negra. Ellas estaban juntas y no parecía que la terrible pantera hubiese atacado a “Nacha”. La gente en la embarcación aun temerosa poco a poco se fue acercando y esto hizo que el animal negro se fuera retirando a medida que la embarcación se acercaba. Cuando la embarcación encostó Don José Manuel Isidoro saltó hacia la orilla y muy contento recogió a “Nacha” quien no tenía ni siquiera un rasguño. Aparentemente comentaba el peón, la Pantera se había enamorado de la perra y no le había hecho ningún daño.

En el Viaje de retorno que desde luego duraba más de un mes, Don José Manuel Isidoro y su peón Teófilo, descubrieron que “Nacha” estaba petacuda (Embarazada).

Ya en la ciudad de Trinidad y, en la casa de don José Manuel Isidoro, la perra después de parir a un único cachorrito, murió como resultado de dicho parto, Poco a poco el perrito fue creciendo y, al cabo de seis meses ya tenía un enorme tamaño que sobrasaba la cintura del peón, además su color era tan negro que en las noches era imposible divisarlo en la distancia, su bravura y ferocidad era tal, que lamentablemente para poder tenerlo en casa, Don José Manuel Isidoro tuvo que encadenarlo en el patio y, amarrarlo en un árbol de Tamarindo, que para ese tiempo ya tenía más de 20 años de haber sido sembrado.

Según el propio Teófilo, Don José Manuel era el propietario de más de media manzana de terreno, que como lo dijimos anteriormente abarcaba desde la calle Calama (hoy Cipriano Barace) hasta la calle Cuchilla (Hoy calle Cochabamba) y todo el frente de la calle la Porrita (Hoy calle Manuel Limpias). En Plena esquina existía la casona tipo colonial cuyas paredes tenían un grosor de un metro aproximadamente, así eran construidas las casas para ese tiempo y utilizaban los adobes de barro para edificar las paredes.

En el viaje de retorno, que desde luego duraba más de un mes, Don José Manuel Isidoro y su peón Teófilo descubrieron que "Nacha" estaba preñada (embarazada). Ya en la ciudad de Trinidad, en la casa de Don José Manuel Isidoro, la perra después de parir a un único cachorrito, murió como resultado del parto. Poco a poco, el perrito fue creciendo y al cabo de seis meses ya tenía un enorme tamaño que sobrepasaba la cintura del peón. Además, su color era tan negro que en las noches era imposible divisarlo en la distancia. Su bravura y ferocidad era tal que, lamentablemente, para poder tenerlo en casa, Don José Manuel Isidoro tuvo que encadenarlo en el patio y amarrarlo en un árbol de Tamarindo, que para ese tiempo ya tenía más de 20 años de haber sido sembrado.

Según el propio Teófilo, Don José Manuel era el propietario de más de media manzana de terreno que, como dijimos anteriormente, abarcaba desde la calle Calama (hoy Cipriano Barace) hasta la calle Cuchilla (hoy calle Cochabamba) y todo el frente de la calle La Porrita (hoy calle Manuel Limpias). En plena esquina existía la casona tipo colonial cuyas paredes tenían un grosor de un metro aproximadamente. Así eran construidas las casas de esa época y utilizaban los adobes de barro para edificar las paredes.

Teófilo contaba que era imposible soltar al perro por sus cadenas, ya que en muchas oportunidades había atacado y matado a los caballos y vacas que, por algún momento, cruzaban los límites de la casona de Don José Manuel Isidoro. Según los datos de Teófilo, la riqueza Don José Manuel Isidoro alcanzaba más de cinco mil libras esterlinas de oro, y esta riqueza estaba enterrada en el canchón en un lugar muy próximo al Tamarindo, donde el perro encadenado de nombre "Cimbrón" era amarrado. Nadie podía acercarse al perro, e incluso pasar muy cerca del corredor de la casa ya era temerario, ya que los ladridos de "Cimbrón" no solo se escuchaban hasta muy lejos, sino que dichos ladridos se asemejaban más al bramido de una pantera o de un tigre que a los ladridos de un perro.

Sucedió que habiendo llegado una embarcación de Cochabamba y atracado al final de la calle Porrita en el arroyo San Juan, varias personas desconocidas desembarcaron de ella en una noche muy oscura. Aprovechando el cansancio de Teófilo, atacaron al anciano José Manuel Isidoro y asesinaron a Teófilo. La idea de estas personas era buscar el tan mentado tesoro, pero ninguno de ellos sabía exactamente dónde se encontraba el lugar del entierro, excepto Teófilo, quien ya estaba muerto, y Don José Manuel Isidoro, quien hasta ese momento seguía con vida.

Los ladrones y asesinos comenzaron a presionar rápidamente a Don José Manuel Isidoro para que les mostrara dónde había enterrado su riqueza. Don José Manuel Isidoro fue muy paciente y tranquilo con lo que estaba sucediendo, sin embargo, les advirtió que sería imposible que lograran sacar dichas libras esterlinas, ya que su perro CIMBRÓN era el fiel cuidante del lugar. Con el cuchillo en el cuello, Don José Manuel Isidoro no tuvo más que decirles el lugar exacto, pero nuevamente les advirtió respecto a su perro.

Los asesinos pronto se dirigieron al Tamarindo, donde mataron a CIMBRÓN con un arma de fuego. El perro, amarrado al árbol, cayó encima del lugar donde los ladrones seguían cavando. Uno de ellos sugirió a sus compañeros que desamarraran al perro muerto y lo arrojaran al arroyo, ya que la noche era muy oscura. Los ladrones soltaron al perro del Tamarindo y, entre dos hombres sosteniendo la cadena, arrastraron a CIMBRÓN hacia la calle Porrita, para luego llevarlo al arroyo y lanzarlo allí. Mientras tanto, los otros dos matones seguían cavando en busca del tesoro.

Don José Manuel Isidoro estaba muy angustiado por la muerte de CIMBRÓM y Teófilo, y permanecía amarrado en una silla mientras veía cómo los ladrones sacaban su riqueza enterrada. Entonces, sucedió algo macabro: desde la calle, en la oscuridad, empezaron a escucharse cadenas arrastrándose. Se acercaban al árbol de tamarindo, donde los ladrones aún permanecían asombrados por la gran cantidad de más de cinco mil libras esterlinas de oro. Poco a poco, las cadenas se acercaron con un sonido muy estridente hasta que se pudo divisar en medio de la oscuridad que era CIMBRÓM acercándose de manera rápida. Pronto, el perro estaba sobre los cuellos de los ladrones, matando a cada uno de ellos y mordiendo sus cuerpos hasta dejarlos completamente hechos pedazos.

Don José Manuel Isidoro no podía creer lo que veía. Después de haber acabado con los cuatro ladrones, el perro se dirigió hacia la calle Cuchilla (actual calle Cochabamba) y desapareció en la oscuridad, dejando tras de sí unos aterradores ladridos que hicieron temblar a todos los que habían despertado.

Un año después, Don José Manuel Isidoro P. viajó a la ciudad de Cochabamba donde falleció en manos de sus parientes. Hasta la fecha, nunca se supo qué ocurrió con todas las Libras Esterlinas que tenía. Sin embargo, años después de que este señor abandonara Trinidad y dejara sus tierras en manos del Estado, una familia de apellido Zurita compró parte de la vieja casona y, al derrumbar las paredes para construir otra, encontraron alrededor de 1200 libras de oro. Según se cuenta, el resto del tesoro fue enterrado por Don José Manuel Isidoro cerca del antiguo árbol de tamarindo.

Cada noche, cuando la oscuridad se suma a un viento fúnebre del sur y llega a Trinidad, en la esquina de la vetusta Escuela Juan Lorenzo Campero, se pueden escuchar y hasta ver a lo lejos al bravo perro encadenado.

El perro encadenado todavía guarda y cuida el lugar donde Don José Manuel Isidoro P. escondió su tesoro, que va más allá de las 3500 libras esterlinas de oro puro.